El Monasterio del Escorial
“La puerta del infierno”
El Real Monasterio de El Escorial está rodeado por tenebrosas leyendas que hacen de el una creación más interesante si cabe.
Fue
un sueño de juventud de Felipe II, el cual quería construir un inmenso
palacio que perptuara la gloria de la Monarquía y la grandeza de la casa
de Austria.
Para los estudiosos de El Escorial, este emblemático edificio presenta contradicciones en su construcción:
la obra pertenece al Renacimiento, y por tanto se rige por criterios
racionalistas típicos de la época. Pero por otro lado, la obra fue
erigida según coordenadas astrológicas. De hecho, siempre se ha comparado con el Templo de Salomón.
Tanto cronistas de los siglos XVI y XVII, como expertos en el tema
contemporáneos han coincidido en dictaminar que el Templo de Salomón y
el Monasterio del Escorial guardan muchas similitudes.
Hay
constáncia de que a Felipe II le interesó mucho el personaje de
Salomón, y no es casualidad que en la fachada de El Escorial encontremos
las estatuas de Salomón y David. A su vez, los defensores de esta
teoría afirman que Felipe II quería alcanzar la construcción del
"edificio perfecto", ya que en la Biblia se explica que los planos del
Templo de Salomón fueron creados por el mismo Dios. René Taylor ha
llegado a afirmar que el monasterio tiene una geometría oculta
sustentada por el cuadrado, el círculo y el triángulo.
El
Real Monasterio constituye, dentro de esta interpretación, una
restauración en piedra de la Nueva Jerusalén, concebida en la mente de
Felipe II y de sus consejeros como una representación de la nueva
Iglesia católica reformada. Dada la estricta e inflexible religiosidad
del monarca, parece difícil creer que realmente se trate de un templo al
culto pagano y a la masonería.
LEYENDAS SOBRE EL ESCORIAL
La estatua de San Lorenzo
Cuenta la leyenda que la gran escultura de San Lorenzo,
localizada en la fachada principal, mira hacia la montaña que tiene en
frente, en el lugar exacto donde se dice que hay escondido un tesoro que
nunca ha sido hallado.
Las puertas del Infierno
Pero
sin duda, una de las leyendas más inquietantes es la que habla del
emplazamiento de este monasterio. Se dice que las viejas tradiciones
situaban allí la puerta de Infierno, y que Felipe II hizo construir el
monasterio encima para cerrarla.
El perro diabólico del monasterio
Según
la leyenda, durante la construcción del monasterio de San Lorenzo de El
Escorial, un misterioso perro negro aterrorizaba a los obreros por las
noches, obstaculizando las obras.
Este
mito ha sido alimentado por la creencia de que en la ubicación de El
Escorial se encuentra una de las puertas de Infierno que hay esparcidas
por el mundo. Se dice que el perro era un enviado del Diablo para
proteger el lugar.
Finalmente se dio caza al perro, y fue ahorcado en una de las torres del monasterio, dónde permaneció mucho tiempo.
Años
después a la muerte del perro, Felipe II se instaló en el monasterio
para pasar allí sus últimos días de vida, y afirmó seguir escuchando los
ladridos del perro infernal.
La pisada del diablo
Según
la tradición, una muchacha devota de la Virgen María llamada Martiña,
se encontró con un peregrino que en realidad era el Diablo, que intentó
persuadirla para que renegara de la Virgen. Ésta se negó a pactar con
él, y el Diablo se mostró en su forma, y enfurecido saltó sobre la
piedra y provocó una fuerte explosión, que formó una huella en el suelo
dejando testimonio de lo acontecido.
Apariciones marianas
Entre
1981 y 2002, una mujer llamada Luz Amparo Cuevas afirmó ser testigo de
varias apariciones de la Virgen. Se le mostraba sobre la corona de un
fresno en el paraje del Prado Nuevo, junto con numerosos fieles. El
lugar continúa siendo a día de hoy, un lugar de peregrinación.
Curaciones milagrosas, movimientos del Sol o estigmatizaciones son
algunos de los fenómenos que supuestamente se han producido en torno a
estas apariciones.
LA AGÓNICA MUERTE DE FELIPE II EN LA PUERTA DEL INFIERNO
La
muerte de Felipe II fue un verdadero martirio. Desde 1592 su salud se
vio mermada a causa de la gota, produciéndole dolores insoportables que
hasta dificultaban sus mínimos movimientos. Cuando el monarca fue
consciente de que su muerte se aproximaba, ordenó ser trasladado en el
monasterio de El Escorial.
Fray
José de Sigüenza nos dice en su crónica sobre El Escorial que el
monarca sufrió el 22 de julio de 1598 calenturas a las que se unió un
principio de hidropesía. Se le hincharon vientre, piernas y muslos al
tiempo que una sed feroz lo consumía.
Su
fiebre subió tanto, que según el fraile Jerónimo, Felipe II tenía la
sensación de estar asándose por dentro como si un fuego maligno lo
consumiera.
Mandó
que trajeran ante sí sus reliquias favoritas, de modo que al pie de su
cama, de cuya vera no se movió su hija Isabel Clara Eugenia, se fue
formando un espectral espectáculo con “la rodilla entera con el hueso y
pellejo del glorioso mártir San Sebastián”, un brazo de San Vicente
Ferrer, una costilla del obispo Albano y otros fetiches de similar
naturaleza. Al cabo de los días, el aposento se transformó en un altar,
dónde el rey se amparaba a los santos y sus reliquias pidiento alivio a
sus dolores.
Al
poco, ordenó que trajeran cuantos más cuadros fuera posible de un
pintor religioso que resultaba extraño en aquella época, se trataba de
El Bosco. ¿Qué razón tuvo Felipe II para consumir sus últimas horas
contemplando las aterradoras descripciones del infierno que plasmó en
sus obras el genial artista flamenco en vez de las imágenes
convencionales de los santos?
Cuadro "Mesa de los pecados caitales" de El Bosco. |
Cabe
mencionar que otro de los tormentos que vivió Felipe II en sus útlimos
días fue el hecho de no poder mantener su higiene personal. El monarca
era un ser escrupuloso en cuanto al tema de la limpieza, y era para él
una tortura no poder estar todo lo limpio que quería.
Jean L’Hermite describe aquel terrible escenario de este modo:
“Sufría
de incontinencia, lo cual, sin ninguna duda, constituía para él uno de
los peores tormentos imaginables, teniendo en cuenta que era uno de los
hombres más limpios, más ordenados y más pulcros que vio jamás el
mundo…No toleraba una sola mancha en las paredes o suelos de sus
habitaciones… El mal olor que emanaba de estas llagas era otra fuente de
tormento, y ciertamente no la menor, dada su gran pulcritud y aseo”
Antes
de morir, el rey ordenó construir un ataúd para que se lo trajeran en
su cámara, además de una caja de plomo, para que una vez muerto no
salieran los olores de la putrefacción. Pero lo que resulta más
escalofriante es el origen de la madera que se usó para fabricar su
ataúd.
Cinco años antes, el rey paseaba por Lisboa cuando se encontró los restos de un barco barado en la arena. Éste se llamaba Cinco Llagas. Nadie sabe porque el rey tuvo la idea de hacer fabricar su ataúd con las maderas del barco que llevaba este peculiar nombre.
Hora
y media antes de expirar “tuvo un paroxismo tan grande que todos
creyeron que había acabado”, de modo que comenzaron los lamentos y los
llantos. Pero como en la mejor de las películas de terror, de pronto el
supuesto muerto abrió desmedidamente los ojos y cogió el viejo crucifijo
de Carlos V.
A
las 5 de la madrugada del día 13 de septiembre dejó salir a su alma
atormentada y murió. Pero nos queda la duda de si relamente murió
creyendo que iría a los cielos que con tanto fervor había estado
anhelando, o de lo contrario creía que se dirigía hacia los paisajes que
El Bosco escenificaba del Infierno en sus cuadros.
Un
día como aquel, pero 14 años atrás, se había puesto la última piedra de
la fábrica del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, la fortaleza
que algunos dicen que selló una entrada al infierno.
Tras
la muerte del rey amaneció precisamente el día del Señor, un domingo,
luminoso y alegre. Era el día 13, el número que en el Tarot corresponde a
la Muerte; una carta de cambio, muda y transformación.
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